Por Patricia Vargas Cinta
Nuestro primer encuentro fluyó como fluyen las palabras en sus versos, un hombre que seduce con la sola mirada, que refleja inteligencia en lo profundo de sus ojos, que crea puentes entre su pasado y su presente y que atrapa con la convicción de sus palabras.
Debido a la recomendación de los médicos Tomás Segovia vive cerca de uno de los parques más bonitos de Madrid, el del oeste. Una buena parte de la ciudad se puede ver desde el balcón de su pequeña biblioteca y se respira un aire fresco unido al olor que despiden los múltiples libros que lo han acompañado durante toda su vida, su más preciado tesoro.
Una de las primeras cosas que me llamaron la atención fueron unas fotografías en blanco y negro de dos hombres, sus padres. El biológico que murió y el adoptivo, hermano de su padre que lo llevó hasta ese México de su juventud, ese México en donde sintió la necesidad de expresarse y sin realmente decidirlo, echó mano de la poesía. Hay cierta melancolía cuando habla de esa época, pero no de su juventud sino de esa ciudad de completa libertad, “es una melancolía por un pasado perdido”. Hablando de esas épocas, recuerda a su abuela paterna, una mujer sin estudios pero que cada noche, ya metidos debajo de las cobijas, le leía algún cuento de Oscar Wilde, ese fue su primer contacto con la literatura.
Casi a diario, Tomás camina hacia el parque del oeste y en esas caminatas, en esos momentos llenos de cotidianeidad le llegan ideas, pensamientos, sensaciones, que luego sentado en el conocido Café Comercial, plasma en un pedazo de papel. Este poeta no tiene ningún rito a la hora de escribir, no tiene reglas ni tiempo, le llega como un golpe, vive con las letras, con la poesía. En ningún momento ha vivido la literatura como una profesión y quizás es por esto que nunca se haya postulado a un premio literario, “ni he aspirado a los premios ni he soñado con ellos. Cuando me los han dado, me ha dado gusto lo que significan como interés de mis escritos y como intención de llamar la atención de los lectores. Sobre todo como ocasión para que mis amigos me den signos de cariño y estimación”. Tomás Segovia está lejos de querer pertenecer a este mundo de masas, para él “es más importante ser bien leído que muy leído”, ha permanecido fiel a su destino. En palabras del autor vivimos un tiempo en el que se podría llegar a la idiotización de la especie humana por la publicidad, la empresa y la competitividad y esto podría, teóricamente, acabar con la poesía, pero concuerda con Bécquer al decir que “siempre”, mientras quede algo de lo que hoy llamamos humano, habrá poesía. Para él la poesía tiene un lugar importante en la formación del ser humano según como se vea: “enfocada en la vida inmediata, seguramente muy pequeño. Enfocada en la formación escolar, sin duda algo mayor. Enfocada en el prestigio cultural de los pueblos y naciones, bastante grande. Enfocada como manifestación paradigmática del lenguaje mismo, absolutamente esencial.”
La vida de Tomás ha girado en torno al amor, a la seducción y esto se percibe a lo largo de sus escritos. Cree en el amor sin posesión, en el amor libre pero entregado… mientras me comparte un poco de estas historias acompañados de una taza de café también me habla de un tal Don Juan, el protagonista de la novela que lleva escribiendo desde hace algún tiempo y que espera algún día publicar.
A través de sus palabras y su mirada hay un hombre libre, sin ningún tipo de pretensiones, fiel a sus ideas, muy él. Tomás Segovia, es un hombre al que le queda mucho por compartir, que transmite fuerza y que paraliza el tiempo. Es un ser humano que sin duda alguna inspira y que seguramente el premio Juan Rulfo lo acercará a nuevos lectores. |