Madrugada, el sol aún tardará unas horas en salir. El pescador flota sobre el océano rumoroso, bajo las tablas de su bote, iluminado por una lámpara de gas, todo parece estar en calma. El pescador ve la superficie del agua, intuye la profundidad, imagina un cielo invertido y apenas un poco más denso que el que se encuentra sobre su cabeza. ¿Sabrán los peces que el agua los contiene?
Si el pescador no ingresa de algún modo dentro del agua, con su red, con su caña o con todo su cuerpo, y tan solo se deja mecer en la superficie, no podrá alimentarse, pero, sobre todo, no será pescador.
Madrugada, el mar está en silencio, la noche herida de estrellas reposa sobre las olas. El pescador prepara su carnada. Sabe que en algún lugar de la inmensidad está el pez que el destino le ha asignado. También sabe que el destino no llega, siempre hay que ir hacia él. Antes de dar con su pez atrapará algunos, que arrojará de nuevo al mar; otros, los usará de carnada o los comerá sólo para subsistir. Es posible que descubra algún ser inesperado y luche contra él, y alguno de los dos venza la voluntad del otro. Mientras tanto, intentará una y otra vez encontrar a su pez. Quizás éste tarde en aparecer, quizá no lo haga hasta el día siguiente o dentro de once noches. Pero sin duda se encontrarán, porque el pez también busca a su pescador, y en esa mutua búsqueda se atraen y ambos aprenden hacia dónde ir. Sin embargo, la fauna marina, abrumadora y mayoritaria, vivirá ajena a esta búsqueda.
Leer es ir a pescar a oscuras en un inmenso mar de libros rumorosos. La mayoría serán ajenos a nuestra búsqueda; unos cuantos se atravesarán en nuestro camino y los leeremos por subsistencia, y otros los arrojaremos de nuevo a sus libreros sin haberlos probado. Nos ignoraremos mutuamente con la inmensa mayoría y sólo algunos serán tan fuertes e hipnóticos, que quizá lleguen a devorarnos.
Leer es un desafío y un azar, porque el libro que el destino señaló para cada uno puede estar muy alejado, y sólo yendo hacia él, hacia el libro, éste vendrá hacia nosotros.
¿Para qué leer? Para atravesar la noche y el océano. Para aprender a nadar. Para tener conciencia de lo que no se ve y noción de lo profundo. Leer es perder el bote bajo los pies, es transformarse en pez y tomar conciencia de que el universo es infinitamente más extenso que el mar que nos contiene y sus orillas.
Cuando alguna vez por azar, por intuición o por ingenio, logremos reunirnos con el libro indicado nos daremos cuenta de que no venía solo, detrás de ese libro esperaban otros y otros más, y mientras más leamos, más libros nos quedarán por leer y ya nada podrá calmar esa angustia de haber visto de frente el infinito.
Aquellos que hayan tenido la suerte o la desgracia de encontrarse con el primer libro de su destino, ya no podrán volver a pisar tierra firme, porque la lectura nos arroja al vacío. Leer no es maravilloso, es una experiencia desoladora, porque la lectura nos enfrenta a lo pequeños, necios y limitados que somos.
Entonces ¿por qué querría uno transformarse en lector? Por curiosidad. Porque es la curiosidad la que nos hace crecer, descubrir, arriesgarnos. La utilidad nos muestra de las cosas sólo un aspecto de su forma, mientras que la curiosidad nos hace ver el infinito. La curiosidad es el motor de la lectura. Quienes no sean curiosos y pacientes quizá se salven de la lectura. Quienes sólo vean en la lectura un lado útil, vivirán siempre en la superficie del mar, y el pez más sabroso se lo comerá otro o seguirá vagando una eternidad.
Madrugada, la noche está estrellada, todo parece en calma, habrá que ir a explorar.
Rodolfo Castro*
*Argentino en México, realizó numerosos oficios hasta transformarse en cuenta cuentos. Da funciones para niños, jóvenes y adultos y también imparte talleres de lectura y narración. Es autor del libro La intuición de leer, la intención de narrar y Las otras lecturas (pág. 30), en colaboración con otros autores.
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