Querida Brenda: Hoy has puesto de lado con disgusto el libro que elegí para que practicaras la lectura. ¿Cómo te convenzo de que nada puede compararse con ese torrente de emociones que es leer? Algún día me sentaré contigo y te explicaré por qué los libros son mejores que la tele. Los libros son etapas de la vida.
Hay una historia de un niño al que le encantaba leer y que un día encuentra el libro perfecto: un libro que no termina nunca. Creo que todo lector devoto encuentra un día su propio libro perfecto, el libro que lo conmociona a tal grado que lo hace amante de la lectura. Como David Copperfield, que se consolaba leyendo cuentos infantiles, algunos leemos como si en ello nos fuera la vida, usando los libros no sólo como un consuelo, sino como una manera de navegar por la realidad, de descubrir cómo sobrevivir en un mundo tantas veces hostil hacia la imaginación.
Mi libro perfecto fue precisamente La historia sin fin, de Ende. Cuando te topes con esa historia maravillosa –cualquiera que ésta sea– pasarás tardes enteras delante de las páginas impresas, con las orejas ardiéndote y el pelo caído por la cara, leyendo y leyendo, olvidada del mundo sin darte cuenta de que tenías hambre o de que te quedabas helada. Eso es algo que deseo que te suceda.
“¿Qué cosa parecida obtenemos hoy al leer que pueda igualar la emoción y la revelación de esos primeros 14 años?”, preguntaba alguna vez Graham Greene refiriéndose a sus primeros libros perfectos.
Añoro que al leer Beau Geste sientas el calor del desierto, la cara roja por la arena transportada por el viento y la lengua pega-da al paladar, mientras acompañas a Miguel Geste por las dunas en busca del Agua Azul, el enorme diamante que desaparece misteriosamente. Pero no dejes a Geste solo en el desierto. Te aseguro que si abandonas el libro, él se quedará ahí para siempre, sin encontrar a su amada Isobel. Si dejas al Capitán Bligh en Hombres contra el mar luchando contra la tormenta en su frágil lancha, con-tenderá eternamente con las olas y los arrecifes, a menos que tú lo acompañes a buen puerto.
Algunas de estas historias leerás en lo secreto a la luz de una linterna, bajo la manta, porque papá o mamá o alguna otra persona habremos apagado la luz con el argumento bien intenciona-do de que tienes que dormir, porque mañana hay que levantarse tempranito. Y te estarás preguntando si Douglas Quail, en un pequeño y maravilloso cuento titulado Usted lo recordará perfecta-mente, estaba imaginando o realmente fue a Marte. Si lees Momo, nunca volverás a ver la Luna como lo hacías antes, porque habrás descubierto que en realidad no es la Luna, sino el espejo de la niña, de Momo, pero esto no debo contártelo, porque quiero que tengas el placer de leerlo por ti misma.
Con ciertos libros llorarás abierta o disimuladamente lágrimas amargas porque una historia maravillosa acaba y habrá que decir adiós a personajes con los que creciste, a los que querías y admirabas, por los que habrás temido y rezado, y sin cuya compañía la vida parecerá vacía y sin sentido. Igual que Lucy Barfield y sus primos, de regreso a casa tras su viaje por Narnia, extrañarás el sabor de los tocinos de cielo y te preguntarás si será posible seguir adelante sin la presencia reconfortante de Arlán. Tal vez añores como yo escuchar la voz de Graógramann, el león de La Historia sin fin, en los momentos más terribles de la vida.
Si puedes, lee libros gordos, flacos, pequeñitos, lujosos y mal-tratados, con dibujos y sin dibujos, y te darás cuenta de que, con frecuencia, libros olvidados que dormitan en algún rincón, con-tienen historias extraordinarias, más allá de todo lo imaginado. ¡Quién sabe cuántas narraciones imposibles y encantadoras des-cansen ahí esperándote!
Pero no todo es fantasía y ficción. Hay también libros con cosas reales, y con el poder de hacer que la Tierra gire para el otro lado. Hace algunos años, un estudiante llamado Smith encontró en un convento de Jerusalén un libro de apariencia inocente, cuya existencia nadie conocía, y que ha puesto a discutir a todo el mundo acaloradamente. Tal es el poder de las hojas empastadas.
Otro placer muy señalado encontrarás en regresar a tus viejos libros cuando seas mayor, lo cual será como un reencuentro de esos que en la vida nos pasamos añorando y nunca tenemos. Ahí estarán, guardados amorosamente, tus compañeros Miguel Geste, Momo con su falda de remiendos, el imponente Graógramann, Douglas Quail y William Bligh, el capitán que venció al mar. Con ellos, estará empastada la historia de tu vida. Y luego, algún día, tendrás edad suficiente para empezar a leer cuentos de hadas de nuevo.
Pero, por ahora, tengo que intentar convencerte de que tomes de nuevo el libro y leas La isla del tesoro.
Gustavo Vázquez Lozano*
* Escritor. Es autor de La Estrella del Sur (Pág. 44 de esta revista) y The Rolling Stones: Bailando con el diablo, entre otras.
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