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Guadalupe
Amor
Redonda Soledad
La vida de Guadalupe Amor, una
redonda soledad
“Siempre lo digo. Monótonamente insisto en ello:
desde niña quise hallar algo perdurable. Vanidosa ambición
que aún me consume…” Esta frase la escribió
en 1959 Guadalupe Amor, poeta mexicana que a finales de los
años cuarenta atrajo la atención con un breve
libro: Yo soy mi casa.
En Yo soy mi casa Guadalupe - conocida como Pita, desde la
casa materna- mostró una poesía hecha bajo la
métrica tradicional que aprendió a través
de sus maestros Enrique González Martínez y
Xavier Villaurrutia. Pero en esos versos también reveló
al gemelo que habitaba en ella: Pita, la caprichosa, la veleta;
la vanidosa y bella Pita, que viviría el amor y el
placer con intensidad no exenta de la culpa que su formación
católica le imponía.
De aquel primer libro, con versos inmaduros, hoy todavía
se recuerda el poema con que iniciaba el volumen:
Casa redonda tenía
de redonda soledad
el aire que la invadía
era redonda armonía
de irrespirable ansiedad.
Las mañanas eran noches,
las noches desvanecidas
las penas muy bien logradas,
las dichas muy mal vividas.
Y de ese ambiente redondo,
redondo por negativo
mi corazón salió herido
y mi conciencia turbada.
Un recuerdo he mantenido
redonda, redonda nada.
En esta rima, y otras de Yo soy mi casa, Guadalupe corría
el velo del ambiente que vivió en la casa paterna,
y que determinó su conducta de por vida. Allá
sólo se respiraba soledad. Y tenía razón:
la niña Pita arribó a su casa, situada en la
otrora aristocrática y porfiriana colonia Juárez,
el 30 de mayo de 1917. La chica fue bautizada bajo el nombre
de Guadalupe Teresa Amor Schmidtlein, y sus padres fueron
don Emmanuel Amor Suverbielle y doña Carolina Schmidtlein
García Teruel, miembros de una rancia aristocracia
que, ya para esa década, vivía más de
recuerdos que de realidades. El dinero, las haciendas, la
cuadra de caballos: todo se había esfumado. Sólo
quedaban una enorme casa en Abraham González 66, la
cocinera, la nana y el mozo. Y la nostalgia. Y la necesidad
de aparentar que la Revolución Mexicana no había
tenido consecuencias.
Pita fue la última hija de los Amor Schmidtlein. Era
irresistiblemente hermosa y, conforme creció, increíblemente
tirana. Todo se le complacía, con tal de no escucharla
llorar o gritar. Así, a la vuelta de las décadas,
Guadalupe rompió el capullo y se transformó
en una bella adolescente que sólo ansiaba dejar el
hogar paterno y ser adulta.
Huyó antes de los 18 años y comenzó
su singular vida de soltera, rodeada de hombres que la amaban,
de mujeres que la asediaban, de literatos que asistían
a las reuniones que organizaba un día sí, y
otro también, en su departamento de Río Duero
y Pánuco, por el que pasaron Octavio Paz, Carlos Fuentes,
Elena Garro, Juan José Arreola, Pina Pellicer, José
Revueltas y cientos de personajes más. Guadalupe vivía
de noche y dormía en el día. Por la tarde, la
soledad y la angustia la atenazaban. Entonces escribía;
así huía el fantasma de la soledad, el abandono
y la muerte:
Polvo constructor del mundo,
mundo de sangre impregnado
lo gris por rojo has mudado,
lo estéril por lo fecundo.Es tu poder tan profundo
que de sangre has hecho ideas
temo que divino seas
pareciendo terrenal
pues te presiento inmortal
porque tú mismo te creas. |
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Éste es un fragmento del larguísimo libro
Polvo, obra medular en la trayectoria de Guadalupe Amor. Apareció
en 1949 y fue elogiado por críticos y poetas de la
época. Manuel González Montesinos y José
Iturriaga decían que ya no podían llamar Pita
a “esa poeta que crece y que se llama Guadalupe”.
Al parejo que los reconocimientos, crecía en el ambiente
la versión de que a Guadalupe alguien le escribía
sus poemas. Desde luego, tenía que ser un hombre el
autor de esas líneas, pues ¿cómo una
mujer guapa, vanidosa, excéntrica, superficial y fiestera
podía tener cabeza para escribir poemas que reflexionan
sobre el ser? Ese alguien tendría que ser alguno de
sus admiradores y las lenguas largas apuntaron hacia Alfonso
Reyes, guía literario de la hermosa Pita. Un día,
por fin, Guadalupe decidió enfrentar el toro de la
insidia, así que en el prólogo a la edición
de Poesías completas, que en 1951 publicó Editorial
Aguilar de España, deslizó una línea:
“Las malas lenguas decían que no era posible
que yo escribiese mis versos”, y compuso un soneto a
propósito de esa infamia:
Como dicen que soy una ignorante
todo el mundo comenta sin respeto
que sin duda ha de haber algún sujeto
que pone mi pensar en consonante.
Debe de ser un tipo desbordante
ya que todo produce, hasta el soneto
por eso con mis libros lanzo un reto
“burla burlando, van los tres delante”
Yo sólo pido que él siga cantando
para mi fama y personal provecho
en tanto que yo vivo disfrutando
de su talento sin ningún derecho
¡Y ojalá no se canse, sino cuando
toda una biblioteca me haya hecho!
Y con ello dio vuelta a la hoja. No volvió a ocuparse
del tema, aunque sabía que flotaba en el ambiente cultural
de los años cincuenta, donde las mujeres no tenían
derecho a ser ni ejercer una profesión, menos a competir
en la literatura dominada por los varones; y menos todavía
si la que escribía mostraba, a la vez, un erotismo,
un gusto por paladear la vida a cada instante.
Pese a las críticas, Guadalupe creó más
de 30 libros, uno sólo de ellos en prosa. Su vida,
como lo dijo, estuvo marcada por la soledad y la desgracia.
Tuvo un hijo que murió antes de los dos años
de edad, ahogado en un pozo lleno de lirios. A partir de este
revés, el rumbo de su vida fue errático, duro,
lastimoso. Murió sola, en un largo silencio que la
mantuvo en cama por más de dos años. En ese
lapso, se acompañó de los fantasmas que siempre
quiso olvidar: la soledad, el abandono y la muerte. Dejó
este mundo el 30 de mayo del 2000. Con ella murió una
época de México, y una brava mujer que, a fuerza
de codazos, se abrió paso en la tierra de los poetas.
Elvira García |
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